CONOCER Y NEGOCIAR LA NORMA.
En el anterior post señalábamos la importancia que tiene el sentar unas bases acerca del tratamiento de las normas en general, centradas fundamentalmente en el comportamiento que ante éstas debemos tener los adultos, tanto los padres como los profesores. Indicábamos entonces la importancia de mantener un orden centrado en la rigurosidad y la coherencia, que nos permita crear un ambiente lo suficientemente ordenado a nuestro alrededor, como para que el joven a nuestro cargo, intente mantenerse a la vez coherente con ese ambiente. Lo que pretendíamos era derivar la responsabilidad primera de las consecuencias de las normas al adulto, y no centrar el tema exclusivamente en el joven o el niño, como habitualmente se hace.
En este sentido vamos a centrarnos ahora en el siguiente reto:
DEBEMOS DAR A CONOCER LAS NORMAS ANTES DE OBLIGAR A QUE SE CUMPLAN.
Es de Perogrullo este enunciado, pero muchas veces reñimos o castigamos ante lo que consideramos una falta de comportamiento, sin tener en cuenta si la persona a quien nos dirigimos está en consonancia con nuestro parecer.
Tanto en casa como en el aula es preciso "perder tiempo" hablando de lo que se espera del comportamiento de los demás, así como de las consecuencias exactas de lo que sucederá después. Es decir, dar a conocer igualmente los premios y los castigos que seguirán al cumplimiento o al incumplimiento de dichas normas.
Aunque no pretendemos generalizar, pues cada caso es diferente y debe ser tratado en consecuencia de características como pueden ser la edad del niño, la existencia de un mal comportamiento prolongado en el tiempo o la presencia de un trastorno de conducta asociado, sí queremos dejar claro que existen ciertas cuestiones básicas en relación a la gestión de las normas que sirven para todos los jóvenes y niños en general.
Las normas que deben cumplir los menores son ni más ni menos que las que nos dicta el sentido común. Serán aquellas que posiblemente nos imponían nuestro padres y aquellas que permiten llevar a cabo una vida ordenada y normalizada. Debemos comenzar pues, con tener claro que nuestros hijos mantienen una estructura de funcionamiento lógica en relación a los aspectos que tienen que ver con las rutinas básicas del día a día. A saber: se levanta a su hora, se asea correctamente, mantiene sus cosas en orden, tiene una alimentación sana y equilibrada, realiza sus tareas de forma sistemática, es educado cuando se dirige a los demás, etc. Si no se cumplen estos indicadores básicos de poco nos va a servir sacrificar horas de nuestro tiempo pretendiendo que realice un horario de estudio semanal riguroso o mantenga la agenda escolar al día de forma ordenada. La casa no puede comenzar a construirse por el tejado.
El llevar una vida ordenada en el sentido al que nos referimos arriba, tiene mucho que ver con el orden que nosotros como adultos, tanto en casa como el aula, podemos transmitir. Recordamos de nuevo que los alumnos e hijos ordenados requieren de padres y profesores que son capaces de transmitir y mantener dicho orden.
El llevar una vida ordenada en el sentido al que nos referimos arriba, tiene mucho que ver con el orden que nosotros como adultos, tanto en casa como el aula, podemos transmitir. Recordamos de nuevo que los alumnos e hijos ordenados requieren de padres y profesores que son capaces de transmitir y mantener dicho orden.
A partir de este planteamiento debemos preguntarnos: ¿Nuestro hijo conoce las normas? Sólo cuando las respuesta es afirmativa estamos en condiciones de exigir su cumplimento, nunca antes.
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