miércoles, 2 de septiembre de 2015

NORMAS. NOSOTROS COMO PADRES. NOSOTROS COMO PROFES.

SENTANDO BASES.
Cuando se habla de las normas, y sobre todo de las consecuencias que derivan de su cumplimiento o incumplimiento, nos planteamos como únicos protagonistas a nuestros hijos o a nuestros alumnos. En muy raras ocasiones reflexionamos acerca del papel que desempeñan los adultos y si lo hacemos, sin duda les otorgamos un papel básicamente secundario.
Si embargo la elaboración de la norma, la importancia que se le otorga a la misma y en general su gestión a lo largo del tiempo, es una función característica del adulto. Requiere por tanto, una reflexión acerca del enfoque previo que debería considerar el padre y el profesor antes de ceñirse a las consecuencias de su cumplimiento o incumplimiento, o antes incluso a la elaboración de la propia norma.
En relación a lo expuesto, trataremos de forma breve, lo que consideramos las bases fundamentales para el tratamiento de las normas y comenzamos en este post a través del siguiente aspecto:
LAS NORMAS REQUIEREN UN ORDEN.
Si lo que pretendemos es que nuestros hijos o nuestros alumnos nos obedezcan y se ciñan a ciertos comportamientos y normas que consideramos adecuados, debemos hacer nosotros, los adultos, un ejercicio de reflexión acerca del orden general que impera en el ambiente del aula o del hogar. Ante un ambiente desorganizado y mal estructurado, es mucho más complicado conseguir nuestro objetivo. El papel del adulto aquí, es tan importante o más que el del propio niño o adolescente ya que un ambiente organizado requiere un trabajo y una disciplina previa por parte del adulto.
Básicamente nos referimos a dos aspectos: coherencia y estabilidad.
En ningún caso lograremos conseguir mantener una conducta adecuada, y mucho menos modificar una inadecuada, si no predicamos con el ejemplo. Está sobradamente demostrado que nuestra forma de actuar funciona como modelo, por lo que a estas alturas, pretender conseguir un comportamiento de los jóvenes a nuestro cargo, obrando de la forma contraria, es perder totalmente el tiempo. No se puede ordenar silencio gritando, por ejemplo. Y, cuántas veces lo hacemos?
Si queremos orden, tenemos que ser "ordenados" nosotros mismos. Y no sirven de nada los grandes discursos, las broncas monumentales ni repetir ochenta veces los mismo. Lo verdaderamente efectivo es lo que se ve. Funciona mucho más el ejemplo que les damos, que todo lo que les podamos decir.
Ni que decir tiene, que la estabilidad es tanto o más importante. Y sin embargo es un factor en el que fallamos mucho los adultos. Si nos planteamos unas normas, debemos procurar hacerlo de manera que seamos capaces de mantenerlas en el tiempo. Antes de ordenar algo tenemos que hacer un trabajo previo y asegurarnos de que, nosotros mismos, vamos a ser capaces de mantener esa norma a lo largo del tiempo. Si le cuesta sentarse a hacer los deberes, no podemos ordenar hoy que se hagan los deberes después de comer y mañana olvidarnos de lo que hemos dicho u ordenar que se hagan a una hora distinta, por ejemplo. De igual forma no podemos ponernos firmes ante la exigencia de una norma, si no reflexionamos previamente de si seremos capaces de mantener esa firmeza hasta que la norma se cumpla de forma natural. ¿Cuántas veces montamos en cólera por algo que nuestro hijo o nuestro alumno no hace o ha hecho mal, y al día siguiente nos mostramos mucho más permisivos ante la misma conducta?
Un alumno o un hijo responsable requiere de un profesor o un padre responsable, no debemos olvidarlo. Y si se nos permite, hacemos alusión a las palabras que escribíamos durante las vacaciones y que están relacionadas con este "sentar las bases" con el que titulamos el post. La idea es invitar a reflexionar al adulto acerca de su papel coprotagonista ante la conducta de su hijo o alumno.
"¿POR DÓNDE EMPEZAMOS?
Hay ocasiones en la vida en la que es conveniente hacerse esta pregunta. Y no solamente cuando comenzamos con una nueva actividad o iniciamos una nueva andadura, un nuevo trabajo o un nuevo proyecto personal. También cuando veamos que la realidad que afrontamos en el día a día no obtiene los resultados esperados en relación a nuestros fines, o en todo caso, consideremos que los acontecimientos no toman el rumbo adecuado.
Hacerse esta pregunta, en este caso, no es para nada una tarea sencilla. Normalmente estamos tan ocupados y atendiendo a tantas cosas a la vez, con tantas responsabilidades y preocupados por aspectos que consideramos fundamentales, que pasamos de largo ante cambios básicos en la rutina adquirida. Cambios que, muchas veces, marcan la diferencia entre que las cosas vayan bien, vayan regular o vayan desastrosamente mal. Sólo el hecho de pensar en comenzar de nuevo o renovar nuestra manera de actuar, nos hace desistir antes del intento.
Pero, ¿qué pasa con las cuestiones verdaderamente importantes en nuestras vidas, como la crianza de un hijo o la educación de un alumno? ¿Realmente no vale la pena pararse a reflexionar acerca de cómo se están haciendo las cosas? ¿No vale la pena encarar los problemas de frente? ¿Realmente no ganamos, más que perdemos, volviendo a empezar si ello es necesario?"

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