viernes, 11 de septiembre de 2015

NORMAS. NOSOTROS COMO PADRES. NOSOTROS COMO PROFES.

CONOCER Y NEGOCIAR LA NORMA.
En el anterior post señalábamos la importancia que tiene el sentar unas bases acerca del tratamiento de las normas en general, centradas fundamentalmente en el comportamiento que ante éstas debemos tener los adultos, tanto los padres como los profesores. Indicábamos entonces la importancia de mantener un orden centrado en la rigurosidad y la coherencia, que nos permita crear un ambiente lo suficientemente ordenado a nuestro alrededor, como para que el joven a nuestro cargo, intente mantenerse a la vez coherente con ese ambiente. Lo que pretendíamos era derivar la responsabilidad primera de las consecuencias de las normas al adulto, y no centrar el tema exclusivamente en el joven o el niño, como habitualmente se hace.
En este sentido vamos a centrarnos ahora en el siguiente reto:
DEBEMOS DAR A CONOCER LAS NORMAS ANTES DE OBLIGAR A QUE SE CUMPLAN.
Es de Perogrullo este enunciado, pero muchas veces reñimos o castigamos ante lo que consideramos una falta de comportamiento, sin tener en cuenta si la persona a quien nos dirigimos está en consonancia con nuestro parecer.
Tanto en casa como en el aula es preciso "perder tiempo" hablando de lo que se espera del comportamiento de los demás, así como de las consecuencias exactas de lo que sucederá después. Es decir, dar a conocer igualmente los premios y los castigos que seguirán al cumplimiento o al incumplimiento de dichas normas.
Aunque no pretendemos generalizar, pues cada caso es diferente y debe ser tratado en consecuencia de características como pueden ser la edad del niño, la existencia de un mal comportamiento prolongado en el tiempo o la presencia de un trastorno de conducta asociado, sí queremos dejar claro que existen ciertas cuestiones básicas en relación a la gestión de las normas que sirven para todos los jóvenes y niños en general.
Las normas que deben cumplir los menores son ni más ni menos que las que nos dicta el sentido común. Serán aquellas que posiblemente nos imponían nuestro padres y aquellas que permiten llevar a cabo una vida ordenada y normalizada. Debemos comenzar pues, con tener claro que nuestros hijos mantienen una estructura de funcionamiento lógica en relación a los aspectos que tienen que ver con las rutinas básicas del día a día. A saber: se levanta a su hora, se asea correctamente, mantiene sus cosas en orden, tiene una alimentación sana y equilibrada, realiza sus tareas de forma sistemática, es educado cuando se dirige a los demás, etc. Si no se cumplen estos indicadores básicos de poco nos va a servir sacrificar horas de nuestro tiempo pretendiendo que realice un horario de estudio semanal riguroso o mantenga la agenda escolar al día de forma ordenada. La casa no puede comenzar a construirse por el tejado.
El llevar una vida ordenada en el sentido al que nos referimos arriba, tiene mucho que ver con el orden que nosotros como adultos, tanto en casa como el aula, podemos transmitir. Recordamos de nuevo que los alumnos e hijos ordenados requieren de padres y profesores que son capaces de transmitir y mantener dicho orden.
A partir de este planteamiento debemos preguntarnos: ¿Nuestro hijo conoce las normas? Sólo cuando las respuesta es afirmativa estamos en condiciones de exigir su cumplimento, nunca antes.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

NORMAS. NOSOTROS COMO PADRES. NOSOTROS COMO PROFES.

SENTANDO BASES.
Cuando se habla de las normas, y sobre todo de las consecuencias que derivan de su cumplimiento o incumplimiento, nos planteamos como únicos protagonistas a nuestros hijos o a nuestros alumnos. En muy raras ocasiones reflexionamos acerca del papel que desempeñan los adultos y si lo hacemos, sin duda les otorgamos un papel básicamente secundario.
Si embargo la elaboración de la norma, la importancia que se le otorga a la misma y en general su gestión a lo largo del tiempo, es una función característica del adulto. Requiere por tanto, una reflexión acerca del enfoque previo que debería considerar el padre y el profesor antes de ceñirse a las consecuencias de su cumplimiento o incumplimiento, o antes incluso a la elaboración de la propia norma.
En relación a lo expuesto, trataremos de forma breve, lo que consideramos las bases fundamentales para el tratamiento de las normas y comenzamos en este post a través del siguiente aspecto:
LAS NORMAS REQUIEREN UN ORDEN.
Si lo que pretendemos es que nuestros hijos o nuestros alumnos nos obedezcan y se ciñan a ciertos comportamientos y normas que consideramos adecuados, debemos hacer nosotros, los adultos, un ejercicio de reflexión acerca del orden general que impera en el ambiente del aula o del hogar. Ante un ambiente desorganizado y mal estructurado, es mucho más complicado conseguir nuestro objetivo. El papel del adulto aquí, es tan importante o más que el del propio niño o adolescente ya que un ambiente organizado requiere un trabajo y una disciplina previa por parte del adulto.
Básicamente nos referimos a dos aspectos: coherencia y estabilidad.
En ningún caso lograremos conseguir mantener una conducta adecuada, y mucho menos modificar una inadecuada, si no predicamos con el ejemplo. Está sobradamente demostrado que nuestra forma de actuar funciona como modelo, por lo que a estas alturas, pretender conseguir un comportamiento de los jóvenes a nuestro cargo, obrando de la forma contraria, es perder totalmente el tiempo. No se puede ordenar silencio gritando, por ejemplo. Y, cuántas veces lo hacemos?
Si queremos orden, tenemos que ser "ordenados" nosotros mismos. Y no sirven de nada los grandes discursos, las broncas monumentales ni repetir ochenta veces los mismo. Lo verdaderamente efectivo es lo que se ve. Funciona mucho más el ejemplo que les damos, que todo lo que les podamos decir.
Ni que decir tiene, que la estabilidad es tanto o más importante. Y sin embargo es un factor en el que fallamos mucho los adultos. Si nos planteamos unas normas, debemos procurar hacerlo de manera que seamos capaces de mantenerlas en el tiempo. Antes de ordenar algo tenemos que hacer un trabajo previo y asegurarnos de que, nosotros mismos, vamos a ser capaces de mantener esa norma a lo largo del tiempo. Si le cuesta sentarse a hacer los deberes, no podemos ordenar hoy que se hagan los deberes después de comer y mañana olvidarnos de lo que hemos dicho u ordenar que se hagan a una hora distinta, por ejemplo. De igual forma no podemos ponernos firmes ante la exigencia de una norma, si no reflexionamos previamente de si seremos capaces de mantener esa firmeza hasta que la norma se cumpla de forma natural. ¿Cuántas veces montamos en cólera por algo que nuestro hijo o nuestro alumno no hace o ha hecho mal, y al día siguiente nos mostramos mucho más permisivos ante la misma conducta?
Un alumno o un hijo responsable requiere de un profesor o un padre responsable, no debemos olvidarlo. Y si se nos permite, hacemos alusión a las palabras que escribíamos durante las vacaciones y que están relacionadas con este "sentar las bases" con el que titulamos el post. La idea es invitar a reflexionar al adulto acerca de su papel coprotagonista ante la conducta de su hijo o alumno.
"¿POR DÓNDE EMPEZAMOS?
Hay ocasiones en la vida en la que es conveniente hacerse esta pregunta. Y no solamente cuando comenzamos con una nueva actividad o iniciamos una nueva andadura, un nuevo trabajo o un nuevo proyecto personal. También cuando veamos que la realidad que afrontamos en el día a día no obtiene los resultados esperados en relación a nuestros fines, o en todo caso, consideremos que los acontecimientos no toman el rumbo adecuado.
Hacerse esta pregunta, en este caso, no es para nada una tarea sencilla. Normalmente estamos tan ocupados y atendiendo a tantas cosas a la vez, con tantas responsabilidades y preocupados por aspectos que consideramos fundamentales, que pasamos de largo ante cambios básicos en la rutina adquirida. Cambios que, muchas veces, marcan la diferencia entre que las cosas vayan bien, vayan regular o vayan desastrosamente mal. Sólo el hecho de pensar en comenzar de nuevo o renovar nuestra manera de actuar, nos hace desistir antes del intento.
Pero, ¿qué pasa con las cuestiones verdaderamente importantes en nuestras vidas, como la crianza de un hijo o la educación de un alumno? ¿Realmente no vale la pena pararse a reflexionar acerca de cómo se están haciendo las cosas? ¿No vale la pena encarar los problemas de frente? ¿Realmente no ganamos, más que perdemos, volviendo a empezar si ello es necesario?"

NORMAS. NOSOTROS COMO PADRES. NOSOTROS COMO PROFES.

LOS CASTIGOS NO CAEN DEL CIELO. ANTES DEL CASTIGO ESTÁ LA NORMA.
El tema de los castigos y las normas se convierte en esencial cuando se trabajan temas relacionados con el aspecto conductual. Por desgracia, no podemos desligarlo del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.
Es un tema amplio, un poco complejo y no exento de cierta polémica. Estos factores hacen que en ocasiones, por evitar entrar en aspectos "desagradables", pasemos por alto el estudio adecuado del mismo y actuemos de acuerdo a lo que nos dicta la conciencia o el carácter en ese momento, o que actuemos (no sabemos lo que es peor), como lo han hecho con nosotros nuestros propios profesores o nuestros padres.
PERO RESULTA QUE LA BUENA GESTIÓN DE LAS NORMAS Y UNA CORRECTA APLICACIÓN DEL CASTIGO ES FUNDAMENTAL PARA LA MEJORA DEL TRATAMIENTO DEL HIJO O DEL ALUMNO CON PROBLEMAS DE CONDUCTA. No puede ni debe, por tanto, tratarse al azar, sino que, como todos los temas relacionados con una buena educación, debe ser estudiado, analizado y cuestionado.
Cuando hablo con muchos profesores sobre los castigos que se aplican en el aula, les manifiesto, en la mayoría de la ocasiones, lo injusto que suelen parecerme. Entiendo a mis colegas docentes y realmente casi siempre estoy de acuerdo en que el alumno en cuestión necesita ser sancionado, e incluso muchas veces también comparto el castigo elegido. En lo que difiero, es en la manera de aplicar el castigo.
Los temidos "pues te quedas sin recreo", "fuera de clase", "al despacho del director" o el horrible "te pongo un parte de expulsión", etc., suelo compararlos con la siguiente situación que comparto con mis compañeros:
"Imagínate que estás en el salón de tu casa y, de repente, se descuelga la lámpara del techo. Menudo susto, no? La primera reacción seguro que es la preguntarte: ¿Cómo es posible? ¿Que ha pasado para que me suceda esto? ¿Qué he hecho mal? ¿Cuál ha sido el error? y acto seguido empezar a echar pestes contra el que la ha colocado (porque evidentemente, tú no tienes la culpa)".
Y es que en realidad, aunque entra dentro de lo posible... LAS LÁMPARAS NO SE DESCUELGAN DEL TECHO!
La misma emoción (y aseguramos que a veces con la misma intensidad) la sienten nuestro chicos ante el castigo desproporcionado e inesperado que soltamos, así, de repente. Y es que, realmente... LOS CASTIGOS TAMPOCO CAEN DEL CIELO.
Es necesario conocer ciertas cuestiones previas acerca de castigo, como que debe ser utilizado después del refuerzo positivo, como la inmediatez, como que debe ser premeditado y acorde a la conducta a modificar, etc. Pero antes de nada, lo más importante que se debe conocer del castigo, si realmente pretendemos que sea eficaz, es que PRIMERO HAY QUE TRABAJAR LAS NORMAS. Entonces el castigo ya no caerá del cielo, sino que será consecuencia de un comportamiento inadecuado o del incumplimiento de las funciones. Será algo que se puede controlar. Dependerá de uno mismo y, lo más interesante, la culpa no será sólo del que colgó la lámpara.
A ellas, a las normas, dedicamos nuestro siguiente post.